XXI SEMINARIO LATINOAMERICANO DE TRABAJO SOCIAL
MAZATLÁN, MÉXICO – SEPTIEMBRE 2015
FORO SOBRE RECONCEPTUALIZACIÓN
Prof.
Norberto Alayón
Universidad de Buenos Aires-Argentina
Para
abordar la temática de este Foro, la Reconceptualización ,
plantearemos algunas consideraciones, enmarcadas en dos interrogaciones
básicas: ¿qué fue la
Reconceptualización ? y ¿qué aportó la Reconceptualización ?
Hacia
mediados de los años 60 del siglo pasado se reconoce la emergencia de un
proceso cuestionador del Servicio Social tradicional (cabe aclarar que todavía
no se registraba una vigencia significativa del término Trabajo Social).
Los
nombres y los aportes de Ezequiel Ander-Egg, Seno Cornely, Herman Kruse,
Natalio Kisnerman, el Grupo ECRO de Argentina, figuraban como los impulsores
más conocidos de ese incipiente movimiento crítico que terminó definiéndose
como Reconceptualización. Al poco tiempo se sumaron otros destacados
referentes: Paulo Netto, Teresa Quiróz, Luis Araneda, Vicente Faleiros, Leila
Lima Santos.
Se
discutía si resultaba pertinente hablar de re
conceptualización, en tanto no aparecía como muy consistente y fortalecida la
propia conceptualización de la profesión en esa época. Bastaría revisar los
planes de estudio de ese período para verificar y dar cuenta de la insuficiente
formación académica que se impartía a los futuros profesionales.
La
irrupción, especialmente entre los estudiantes y los jóvenes graduados, de la
teoría de la dominación y la dependencia, del marxismo, de los aportes de Paulo
Freire, de la teología de la liberación, en coexistencia con procesos políticos
continentales y mundiales, de tenor emancipatorios y otros de carácter
regresivo y hasta dictatoriales, recayó en el colectivo profesional como una
marea turbulenta y a la vez oxigenante, pero también muy perturbadora de las
concepciones tradicionales, cuyos representantes simultáneamente desplegaron
fuertes resistencias de diversa índole.
Las
nuevas aportaciones teóricas que iluminaban a la profesión tuvieron -como no
podía ser de otra manera- un procesamiento complejo. Los jóvenes profesionales
éramos portadores de una capacitación insuficiente, aunque no inferior a la
recibida por generaciones anteriores. En ese sentido, las nuevas categorías no
siempre resultaron fáciles de asimilar y se fueron produciendo simplificaciones
y reduccionismos que atentaban contra la propia consistencia y rigor de las
novedosas (para la profesión) caracterizaciones.
La
profesión, hasta ese momento, no enfrentaba cuestionamientos profundos sobre su
función de mera atenuadora de los problemas y conflictos sociales, acerca de
los cuales no estaba en condiciones teóricas suficientes para comprender el
origen estructural de los mismos y, en consecuencia, sin poder brindar aportes
más sustantivos para la identificación y acción sobre las diversas
manifestaciones de la cuestión social.
Comenzar
a caer en cuenta de los vitales asuntos y problemáticas que afectaban a
nuestros países, tales como la dominación y expoliación externa e interna que
se padecía y el reconocimiento del sistema capitalista como intrínsecamente
injusto y generador de pobreza, implicó una suerte de “tsunami conceptual” para
la profesión y el inicio, a la vez, de un salto cualitativo que alteró
importantemente las tradicionales concepciones que primaban hasta ese entonces.
En los ’70, en pleno auge de la Reconceptualización
y en correlato con los procesos políticos de esa época, muchos profesionales aspirábamos
o nos proponíamos eliminar de cuajo la explotación, transformar radicalmente la
sociedad capitalista y consumar la liberación nacional y social. Hoy, en este
siglo XXI, las condiciones objetivas de la historia nos conducen a reconocer
que este período lamentablemente no hace posible que creamos en la inminencia
de la revolución social, más allá de la persistencia de nuestros profundos anhelos
de independencia, soberanía y justicia social.
Por
cierto, una de las principales contribuciones de la Reconceptualización
fue la de poder identificar con rigor el origen y el carácter estructural de
las problemáticas sociales, bloqueando las concepciones ingenuas o interesadas
que tendían a adjudicarle a las propias víctimas del funcionamiento social una
especie de auto responsabilidad sobre aquellas carencias y problemas sociales que
les eran externamente impuestos. Otro aspecto central que develó la Reconceptualización
fue el referido a poder comenzar a reconocer la dimensión política del quehacer
del Trabajo Social.
En
base a ello, se enfatizó en la denuncia de la realidad social y del rol que
desempeñaban los trabajadores sociales en el mantenimiento y reproducción de un
orden social injusto, impulsándose paralelamente un significativo proceso de
toma de conciencia de los profesionales acerca del papel estabilizador,
funcional y legitimador que venían cumpliendo. Esto condujo irremediable y
felizmente (en especial entre las nuevas camadas de graduados y estudiantes) a
un acelerado proceso de politización del campo profesional.
Ese
objetivo avance produjo, no obstante, cierto sentimiento de desvalorización de
la profesión, empujando a algunos sectores de colegas al rechazo y hasta al
abandono del Trabajo Social, optando por diversas formas de acción política
directa.
La
familiarización con las nuevas teorías que impactaron y fueron modelando las
propuestas de la
Reconceptualización , generó un muy importante impacto en
muchos centros de formación de trabajadores sociales, produciéndose cambios
significativos y en algunos casos absolutamente radicales en los contenidos de
los planes de estudio.
Los
tradicionales objetivos meramente paliativos y también los de ajuste e
integración de los individuos al “medio ambiente”, a partir de considerar a las
personas como “desadaptadas” o “marginadas” de una sociedad que funcionaba
“normalmente”, fueron reemplazados por propuestas de concientización,
organización y hasta movilización de los sectores populares.
Ello
derivó en la construcción de una ilusión: que el trabajador social podría
constituirse en el motor de la transformación social. Se comenzó a percibir al
Trabajo Social como una profesión que se pretendía convocada para una acción
revolucionaria de transformación de la sociedad. Y hasta se llegó a hablar y
escribir sobre una “concepción revolucionaria” y de un “rol revolucionario”
para el Trabajo Social.
De las
certeras críticas y aportes, pero también de variadas simplificaciones, se
desprendieron la incomprensión y desvalorización de la necesaria dimensión
asistencial en las prácticas profesionales, articulada a procesos
promocionales, educativos y organizacionales. También se renegó de las técnicas
operativas, abonando de hecho una insuficiente formación en este aspecto, lo
cual fue aprovechado por las corrientes tecnicistas (caracterizadas como “cientificistas”
por los colegas “reconceptualizados”) y aún por los sectores tradicionales.
En ese
sentido, se hicieron evidentes algunas posturas erróneas por parte de quienes,
desde la óptica de sobrevalorar la dimensión ideológico-política, menoscababan
los aspectos operativos e instrumentales de la profesión. No era cuestión, en
modo alguno, de proponer el regreso al asistencialismo ni al tecnicismo, pero
tampoco de quedar encorsetado en ciertas formas de “revolucionarismo”
abstracto. La estratégica y virtuosa perspectiva de reconocer y reflexionar
sobre la politización del quehacer profesional, requería evitar caer en la
“desprofesionalización” como eventual resultante de la “sobrepolitización”, y a
la vez impedir también la “despolitización” como expresión de la
“sobreprofesionalización”.
Asimismo,
se cuestionó el trabajo al interior de las instituciones, lo cual contribuía a
una virtual propuesta de abandono y renuncia a las mismas, favoreciendo la
continuidad de acción de los profesionales más moderados y hasta conservadores.
Lo mismo aconteció en cuanto a la participación en los Colegios y Asociaciones
profesionales.
No
obstante, el señalamiento de sus carencias y desviaciones no puede negar a la Reconceptualización
su vital y estratégico aporte en una perspectiva de necesaria ruptura con el
Servicio Social tradicional, habiendo sentado -a la vez- las bases para
trascender hacia una concepción más científica de la profesión.
Las
marchas y contramarchas, los avances y retrocesos, son inherentes a los
procesos sociales y políticos. Y las profesiones, por supuesto, tampoco son
ajenas a esta dinámica.
Los
importantes avances del Trabajo Social que se registraron en el período de la Reconceptualización
fueron neutralizados por la emergencia de distintas dictaduras cívico-militares
que se registraron en América Latina.
En el
caso de Argentina, el proceso dictatorial iniciado en marzo de 1976 impidió en
el país -en lo específico del Trabajo Social- la continuidad de los intentos de
reforzar y superar las contribuciones que había producido la Reconceptualización.
La interrupción del funcionamiento constitucional no sólo
paralizó el desarrollo de la profesión, sino que la retrotrajo a modalidades y
concepciones nefastas, alejadas de los sectores necesitados y privados de
derechos. El tremendo retroceso sufrido fortaleció la reaparición y avance de
las concepciones más reaccionarias de la profesión.
La
práctica profesional se alejó abismalmente de los intereses de los sectores
populares y el debilitamiento de la formación académica supo acompañar
armónicamente el cruel período de atraso general.
Cabe
destacar, igualmente, que las limitaciones y errores en que había incurrido la Reconceptualización ,
sólo podían encontrar resolución a partir de aquellos sectores profesionales de
mayor nivel y compromiso, que levantaran nuevas alternativas, pero sin intentar
regresar a las posturas tradicionales de la profesión. Los sectores
conservadores de la profesión estaban inhabilitados, por su concepción y por su
nivel, para cuestionar progresivamente a la Reconceptualización.
Las
posturas críticas y de disenso, generalmente tuvieron que replegarse,
constreñir su participación y acostumbrarse al refugio de continuar
reflexionando en ámbitos restringidos.
En
muchos centros académicos ni siquiera se analizó, por ejemplo, el Movimiento de
Reconceptualización. Para los sectores de la profesión que acompasaron el
reflujo general del país, reconocer simplemente la existencia de ese clave
momento del desarrollo del Trabajo Social, les provocaba un desorbitado temor y
optaron por negar dicha información a las nuevas promociones de estudiantes.
La
desgraciada persistencia de formas de capitalismo dependiente, de
funcionamiento aún de nuestros países como una suerte de semicolonias (con
independencia y soberanía morigeradas) mantiene vigentes las aportaciones
críticas de la
Reconceptualización en el sentido de identificar al
capitalismo como un sistema que colisiona frontalmente con la democracia y con
la justicia social, como también reconocer que la existencia de la pobreza
deviene y está en la propia naturaleza de este sistema. Aportes estos para el
Trabajo Social que siguen siendo centrales e imprescindibles para llevar a cabo
con lucidez la labor profesional, en los diversos ámbitos de intervención,
posicionándose activamente en la defensa de los derechos de los sectores
vulnerados.
Entendemos
que el debate contemporáneo al interior del Trabajo Social es, sin lugar a
dudas, mayoritariamente heredero de la Reconceptualización ,
aunque reconociendo que se fue avanzando en la aceptación y reconocimiento de
la necesidad de evitar ciertas posiciones dogmáticas.
Se fue
gestando un proceso gradual de recuperación de los mejores aportes de la Reconceptualización
y también de las críticas serias y fundamentadas a muchas de sus postulaciones.
Así,
por ejemplo, se fueron desterrando las erróneas posiciones acerca del papel del
Estado y del significado de las políticas sociales. Ni el Estado representa
exclusivamente los intereses de las clases dominantes, ni las políticas
sociales están destinadas sólo a contribuir a la reproducción de la fuerza de
trabajo.
Otro
tanto aconteció con la neutralización del desprecio que se evidenciaba, desde la Reconceptualización ,
hacia el trabajo dentro de las instituciones, básicamente las estatales. Las
instituciones eran y son ámbitos de lucha; espacios complejos donde se dirimen
posiciones contradictorias; lugares de disputa de poder en pro del cambio o del
mantenimiento de lo existente. De ahí que propiciar el alejamiento profesional
de las instituciones implicaba renunciar, en los hechos, a la consolidación de
los cambios necesarios.
El cambio de las prácticas institucionales
tiene que ver con varios factores interrelacionados: con los cambios
culturales, con las tradiciones laborales, con las necesidades salariales, con
el mantenimiento y reproducción del propio espacio laboral de los trabajadores
sociales, con la debilidad y tradicional subordinación de los trabajadores
sociales en relación a otras disciplinas y a otros profesionales, con la
inexperiencia para articular estrategias, tácticas y conformación de alianzas
para introducir con inteligencia y eficacia los cambios necesarios, etc.
Pero también hay que reconocer que los cambios
o las resistencias institucionales a cambiar, están ligados a los procesos
políticos-sociales de carácter estructural que predominan en un determinado
momento histórico. Los procesos de carácter estructural, en ocasiones
condicionan y orientan las tendencias a introducir y concretar cambios
progresivos, del mismo modo que -en otros momentos- solidifican y petrifican lo
existente, fortaleciendo la inmutabilidad de las acciones y procedimientos más
básicos.
En el plano
de la formación académica, Lorena Molina nos comenta que “asumir el legado de la Reconceptualización
es un desafío crucial. Es fundamental formar futuros profesionales de
pensamiento-acción crítica y propositiva con compromiso ético político, surgido
del estudio de la cotidianidad como expresión histórica y además con capacidad
estratégica para, entre otros aspectos:
a) Investigar las manifestaciones y
la configuración de la cuestión social con las transformaciones en el mundo del
trabajo (producción) y de las familias (reproducción social) en el marco de las
relaciones sociales marcadas por la sociedad patriarcal y la lógica capitalista
como punto medular para construir la intervención profesional desde el Trabajo
Social.
b) Comprender a los seres humanos en su
universalidad, particularidad y singularidad, así como la diversidad que hay en
ellos y las formas de discriminación que viven por criterios: socio-clasistas,
de género, étnicos, de edad, opción sexual, nacionalidad, religión, etc.” (2007.
En: Alayón, Norberto (organizador). “Trabajo Social latinoamericano – A 40 años
de la
Reconceptualización ”. Buenos Aires. Espacio Editorial).
ALGUNAS
CONSIDERACIONES FINALES
Los
procesos de análisis crítico, de revisión, de actualización, de articulación
con los cambios societales que se van produciendo deben ser constitutivos de
toda profesión para el mejor cumplimiento de su finalidad social.
De
modo que, independientemente de la eventual denominación con la cual se
identifique a estos procesos, los mismos deben ser asumidos y propiciados como
necesariamente permanentes para profundizar y cualificar el desempeño
profesional.
Hace
ya bastantes años, a comienzos de los 80, en el CELATS (Centro Latinoamericano
de Trabajo Social) en Lima, circulaba un texto en forma de artículo (no
recuerdo su autoría) que llevaba por título un vaticinio tajante y lapidario: “La Reconceptualización
ha muerto”.
Por cierto,
nada muere -definitivamente- por decreto. Las reveladoras contribuciones
críticas de la
Reconceptualización se diluyeron con los golpes
cívico-militares y volvieron a tener vigencia con la recuperación de la
democracia. Luego -aún en democracia- la arrasadora presencia del
fundamentalismo neoliberal demandó al Trabajo Social nuevos análisis y
concentró marcadas oposiciones de gran parte de la comunidad profesional. Más
tarde, el advenimiento de proyectos políticos de carácter nacional-popular, o
neodesarrollistas (aunque no anticapitalistas), con propuestas de crecimiento y
desarrollo con inclusión, con recuperación de derechos sociales, coloca al
Trabajo Social en una nueva encrucijada: poder interpretar agudamente la
progresividad de estos procesos en la perspectiva futura de ensamblar
profundamente la cuestión nacional con la cuestión social (en suma, la
liberación nacional y social), o bien reiterar cegueras y reduccionismos al
considerar a estos procesos “populistas” como contrarios y atentatorios de la
emancipación definitiva de los pueblos.
Retoma
vigencia aquello que enfatizaba y describía sesudamente Paulo Freire: “para
poder mañana lo que hoy es imposible, tenemos que ir haciendo lo que hoy es
posible”, y ello no significa claudicación o resignación, sino agudeza para
comprender y enfrentar en concreto los desafíos coyunturales de la historia.
Para
leer y comprender debidamente la coyuntura actual, los aportes y las
debilidades de la “vieja” Reconceptualización nos siguen brindando un importantísimo
insumo para caracterizar y para iluminar y orientar la práctica profesional del
Trabajo Social.
Sin
los reveladores aportes que encarnó y desplegó el Movimiento de
Reconceptualización, rescatando, fundamentando y poniendo en discusión la
estratégica dimensión política que atraviesa a la profesión, no sería posible
comprender la función que cumplió y que cumple actualmente el Trabajo Social.
Como
sabemos, el Trabajo Social no puede explicarse solamente desde sí mismo. Las
profesiones no pueden definirse sólo desde ellas mismas, sino por la función
que cumplen en un orden social determinado. De ahí que resulta imprescindible
identificar las particularidades y características que presentan los proyectos
societales en los distintos momentos históricos y entender que la acción
profesional requiere ser considerada en el contexto de los procesos económicos
y políticos vigentes.
El
avance del neoliberalismo, que implicó un retroceso sustancial en la reducción
y pérdida de los derechos sociales históricamente conquistados, reorientó -por
ejemplo- los objetivos profesionales de los sectores progresistas del Trabajo Social hacia la defensa de los
derechos conculcados, lo cual había afectado especialmente a los sectores más
vulnerados de la sociedad.
Con los
nuevos procesos (aunque incompletos), de crecimiento con inclusión, opuestos al
neoliberalismo, que se vienen registrando en distintos países de América
Latina, asumir una orientación progresista para el Trabajo Social requerirá posicionarse
a favor de la preservación, pero también hacia la profundización y expansión de
los derechos sociales que se vienen recuperando, a partir de una concepción
política que intenta la concreción de una mayor justicia social.
El
legado y las enseñanzas de la Reconceptualización permanecen absolutamente
presentes, aún entre las diferencias y controversias de quienes reivindicamos
aquel virtuoso Movimiento, para continuar reflexionando críticamente sobre el
por qué, sobre el para qué y sobre el cómo de nuestra compleja profesión: el
Trabajo Social.
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