29 enero 2016

Debate a los 50 años de la Reconceptualización Norberto Alayón

XXI SEMINARIO LATINOAMERICANO DE TRABAJO SOCIAL
MAZATLÁN, MÉXICO – SEPTIEMBRE 2015

FORO SOBRE RECONCEPTUALIZACIÓN

                                                                      Prof. Norberto Alayón
Universidad de Buenos Aires-Argentina


Para abordar la temática de este Foro, la Reconceptualización, plantearemos algunas consideraciones, enmarcadas en dos interrogaciones básicas: ¿qué fue la Reconceptualización? y ¿qué aportó la Reconceptualización?

Hacia mediados de los años 60 del siglo pasado se reconoce la emergencia de un proceso cuestionador del Servicio Social tradicional (cabe aclarar que todavía no se registraba una vigencia significativa del término Trabajo Social).

Los nombres y los aportes de Ezequiel Ander-Egg, Seno Cornely, Herman Kruse, Natalio Kisnerman, el Grupo ECRO de Argentina, figuraban como los impulsores más conocidos de ese incipiente movimiento crítico que terminó definiéndose como Reconceptualización. Al poco tiempo se sumaron otros destacados referentes: Paulo Netto, Teresa Quiróz, Luis Araneda, Vicente Faleiros, Leila Lima Santos.

Se discutía si resultaba pertinente hablar de re conceptualización, en tanto no aparecía como muy consistente y fortalecida la propia conceptualización de la profesión en esa época. Bastaría revisar los planes de estudio de ese período para verificar y dar cuenta de la insuficiente formación académica que se impartía a los futuros profesionales.

La irrupción, especialmente entre los estudiantes y los jóvenes graduados, de la teoría de la dominación y la dependencia, del marxismo, de los aportes de Paulo Freire, de la teología de la liberación, en coexistencia con procesos políticos continentales y mundiales, de tenor emancipatorios y otros de carácter regresivo y hasta dictatoriales, recayó en el colectivo profesional como una marea turbulenta y a la vez oxigenante, pero también muy perturbadora de las concepciones tradicionales, cuyos representantes simultáneamente desplegaron fuertes resistencias de diversa índole.

Las nuevas aportaciones teóricas que iluminaban a la profesión tuvieron -como no podía ser de otra manera- un procesamiento complejo. Los jóvenes profesionales éramos portadores de una capacitación insuficiente, aunque no inferior a la recibida por generaciones anteriores. En ese sentido, las nuevas categorías no siempre resultaron fáciles de asimilar y se fueron produciendo simplificaciones y reduccionismos que atentaban contra la propia consistencia y rigor de las novedosas (para la profesión) caracterizaciones.

La profesión, hasta ese momento, no enfrentaba cuestionamientos profundos sobre su función de mera atenuadora de los problemas y conflictos sociales, acerca de los cuales no estaba en condiciones teóricas suficientes para comprender el origen estructural de los mismos y, en consecuencia, sin poder brindar aportes más sustantivos para la identificación y acción sobre las diversas manifestaciones de la cuestión social.

Comenzar a caer en cuenta de los vitales asuntos y problemáticas que afectaban a nuestros países, tales como la dominación y expoliación externa e interna que se padecía y el reconocimiento del sistema capitalista como intrínsecamente injusto y generador de pobreza, implicó una suerte de “tsunami conceptual” para la profesión y el inicio, a la vez, de un salto cualitativo que alteró importantemente las tradicionales concepciones que primaban hasta ese entonces.

En los ’70, en pleno auge de la Reconceptualización y en correlato con los procesos políticos de esa época, muchos profesionales aspirábamos o nos proponíamos eliminar de cuajo la explotación, transformar radicalmente la sociedad capitalista y consumar la liberación nacional y social. Hoy, en este siglo XXI, las condiciones objetivas de la historia nos conducen a reconocer que este período lamentablemente no hace posible que creamos en la inminencia de la revolución social, más allá de la persistencia de nuestros profundos anhelos de independencia, soberanía y justicia social.

Por cierto, una de las principales contribuciones de la Reconceptualización fue la de poder identificar con rigor el origen y el carácter estructural de las problemáticas sociales, bloqueando las concepciones ingenuas o interesadas que tendían a adjudicarle a las propias víctimas del funcionamiento social una especie de auto responsabilidad sobre aquellas carencias y problemas sociales que les eran externamente impuestos. Otro aspecto central que develó la Reconceptualización fue el referido a poder comenzar a reconocer la dimensión política del quehacer del Trabajo Social.

En base a ello, se enfatizó en la denuncia de la realidad social y del rol que desempeñaban los trabajadores sociales en el mantenimiento y reproducción de un orden social injusto, impulsándose paralelamente un significativo proceso de toma de conciencia de los profesionales acerca del papel estabilizador, funcional y legitimador que venían cumpliendo. Esto condujo irremediable y felizmente (en especial entre las nuevas camadas de graduados y estudiantes) a un acelerado proceso de politización del campo profesional.

Ese objetivo avance produjo, no obstante, cierto sentimiento de desvalorización de la profesión, empujando a algunos sectores de colegas al rechazo y hasta al abandono del Trabajo Social, optando por diversas formas de acción política directa.

La familiarización con las nuevas teorías que impactaron y fueron modelando las propuestas de la Reconceptualización, generó un muy importante impacto en muchos centros de formación de trabajadores sociales, produciéndose cambios significativos y en algunos casos absolutamente radicales en los contenidos de los planes de estudio.

Los tradicionales objetivos meramente paliativos y también los de ajuste e integración de los individuos al “medio ambiente”, a partir de considerar a las personas como “desadaptadas” o “marginadas” de una sociedad que funcionaba “normalmente”, fueron reemplazados por propuestas de concientización, organización y hasta movilización de los sectores populares.

Ello derivó en la construcción de una ilusión: que el trabajador social podría constituirse en el motor de la transformación social. Se comenzó a percibir al Trabajo Social como una profesión que se pretendía convocada para una acción revolucionaria de transformación de la sociedad. Y hasta se llegó a hablar y escribir sobre una “concepción revolucionaria” y de un “rol revolucionario” para el Trabajo Social.

De las certeras críticas y aportes, pero también de variadas simplificaciones, se desprendieron la incomprensión y desvalorización de la necesaria dimensión asistencial en las prácticas profesionales, articulada a procesos promocionales, educativos y organizacionales. También se renegó de las técnicas operativas, abonando de hecho una insuficiente formación en este aspecto, lo cual fue aprovechado por las corrientes tecnicistas (caracterizadas como “cientificistas” por los colegas “reconceptualizados”) y aún por los sectores tradicionales.
 
En ese sentido, se hicieron evidentes algunas posturas erróneas por parte de quienes, desde la óptica de sobrevalorar la dimensión ideológico-política, menoscababan los aspectos operativos e instrumentales de la profesión. No era cuestión, en modo alguno, de proponer el regreso al asistencialismo ni al tecnicismo, pero tampoco de quedar encorsetado en ciertas formas de “revolucionarismo” abstracto. La estratégica y virtuosa perspectiva de reconocer y reflexionar sobre la politización del quehacer profesional, requería evitar caer en la “desprofesionalización” como eventual resultante de la “sobrepolitización”, y a la vez impedir también la “despolitización” como expresión de la “sobreprofesionalización”.

Asimismo, se cuestionó el trabajo al interior de las instituciones, lo cual contribuía a una virtual propuesta de abandono y renuncia a las mismas, favoreciendo la continuidad de acción de los profesionales más moderados y hasta conservadores. Lo mismo aconteció en cuanto a la participación en los Colegios y Asociaciones profesionales.

La Reconceptualización pretendió asignar al Trabajo Social objetivos mayores de cambio estructural de la sociedad, justos en sí mismos, pero que no eran -ni son- atribución específica de las profesiones.

No obstante, el señalamiento de sus carencias y desviaciones no puede negar a la Reconceptualización su vital y estratégico aporte en una perspectiva de necesaria ruptura con el Servicio Social tradicional, habiendo sentado -a la vez- las bases para trascender hacia una concepción más científica de la profesión.
 
Las marchas y contramarchas, los avances y retrocesos, son inherentes a los procesos sociales y políticos. Y las profesiones, por supuesto, tampoco son ajenas a esta dinámica.

Los importantes avances del Trabajo Social que se registraron en el período de la Reconceptualización fueron neutralizados por la emergencia de distintas dictaduras cívico-militares que se registraron en América Latina.

En el caso de Argentina, el proceso dictatorial iniciado en marzo de 1976 impidió en el país -en lo específico del Trabajo Social- la continuidad de los intentos de reforzar y superar las contribuciones que había producido la Reconceptualización. La interrupción del funcionamiento constitucional no sólo paralizó el desarrollo de la profesión, sino que la retrotrajo a modalidades y concepciones nefastas, alejadas de los sectores necesitados y privados de derechos. El tremendo retroceso sufrido fortaleció la reaparición y avance de las concepciones más reaccionarias de la profesión.

La práctica profesional se alejó abismalmente de los intereses de los sectores populares y el debilitamiento de la formación académica supo acompañar armónicamente el cruel período de atraso general.

Cabe destacar, igualmente, que las limitaciones y errores en que había incurrido la Reconceptualización, sólo podían encontrar resolución a partir de aquellos sectores profesionales de mayor nivel y compromiso, que levantaran nuevas alternativas, pero sin intentar regresar a las posturas tradicionales de la profesión. Los sectores conservadores de la profesión estaban inhabilitados, por su concepción y por su nivel, para cuestionar progresivamente a la Reconceptualización.

Las posturas críticas y de disenso, generalmente tuvieron que replegarse, constreñir su participación y acostumbrarse al refugio de continuar reflexionando en ámbitos restringidos.

En muchos centros académicos ni siquiera se analizó, por ejemplo, el Movimiento de Reconceptualización. Para los sectores de la profesión que acompasaron el reflujo general del país, reconocer simplemente la existencia de ese clave momento del desarrollo del Trabajo Social, les provocaba un desorbitado temor y optaron por negar dicha información a las nuevas promociones de estudiantes.

La desgraciada persistencia de formas de capitalismo dependiente, de funcionamiento aún de nuestros países como una suerte de semicolonias (con independencia y soberanía morigeradas) mantiene vigentes las aportaciones críticas de la Reconceptualización en el sentido de identificar al capitalismo como un sistema que colisiona frontalmente con la democracia y con la justicia social, como también reconocer que la existencia de la pobreza deviene y está en la propia naturaleza de este sistema. Aportes estos para el Trabajo Social que siguen siendo centrales e imprescindibles para llevar a cabo con lucidez la labor profesional, en los diversos ámbitos de intervención, posicionándose activamente en la defensa de los derechos de los sectores vulnerados.

Entendemos que el debate contemporáneo al interior del Trabajo Social es, sin lugar a dudas, mayoritariamente heredero de la Reconceptualización, aunque reconociendo que se fue avanzando en la aceptación y reconocimiento de la necesidad de evitar ciertas posiciones dogmáticas.

Se fue gestando un proceso gradual de recuperación de los mejores aportes de la Reconceptualización y también de las críticas serias y fundamentadas a muchas de sus postulaciones.

Así, por ejemplo, se fueron desterrando las erróneas posiciones acerca del papel del Estado y del significado de las políticas sociales. Ni el Estado representa exclusivamente los intereses de las clases dominantes, ni las políticas sociales están destinadas sólo a contribuir a la reproducción de la fuerza de trabajo.

Otro tanto aconteció con la neutralización del desprecio que se evidenciaba, desde la Reconceptualización, hacia el trabajo dentro de las instituciones, básicamente las estatales. Las instituciones eran y son ámbitos de lucha; espacios complejos donde se dirimen posiciones contradictorias; lugares de disputa de poder en pro del cambio o del mantenimiento de lo existente. De ahí que propiciar el alejamiento profesional de las instituciones implicaba renunciar, en los hechos, a la consolidación de los cambios necesarios.

El cambio de las prácticas institucionales tiene que ver con varios factores interrelacionados: con los cambios culturales, con las tradiciones laborales, con las necesidades salariales, con el mantenimiento y reproducción del propio espacio laboral de los trabajadores sociales, con la debilidad y tradicional subordinación de los trabajadores sociales en relación a otras disciplinas y a otros profesionales, con la inexperiencia para articular estrategias, tácticas y conformación de alianzas para introducir con inteligencia y eficacia los cambios necesarios, etc.

Pero también hay que reconocer que los cambios o las resistencias institucionales a cambiar, están ligados a los procesos políticos-sociales de carácter estructural que predominan en un determinado momento histórico. Los procesos de carácter estructural, en ocasiones condicionan y orientan las tendencias a introducir y concretar cambios progresivos, del mismo modo que -en otros momentos- solidifican y petrifican lo existente, fortaleciendo la inmutabilidad de las acciones y procedimientos más básicos.

En el plano de la formación académica, Lorena Molina nos comenta que “asumir el legado de la Reconceptualización es un desafío crucial. Es fundamental formar futuros profesionales de pensamiento-acción crítica y propositiva con compromiso ético político, surgido del estudio de la cotidianidad como expresión histórica y además con capacidad estratégica para, entre otros aspectos:

a) Investigar las manifestaciones y la configuración de la cuestión social con las transformaciones en el mundo del trabajo (producción) y de las familias (reproducción social) en el marco de las relaciones sociales marcadas por la sociedad patriarcal y la lógica capitalista como punto medular para construir la intervención profesional desde el Trabajo Social.

b) Comprender a los seres humanos en su universalidad, particularidad y singularidad, así como la diversidad que hay en ellos y las formas de discriminación que viven por criterios: socio-clasistas, de género, étnicos, de edad, opción sexual, nacionalidad, religión, etc.” (2007. En: Alayón, Norberto (organizador). “Trabajo Social latinoamericano – A 40 años de la Reconceptualización”. Buenos Aires. Espacio Editorial).


ALGUNAS CONSIDERACIONES FINALES

Los procesos de análisis crítico, de revisión, de actualización, de articulación con los cambios societales que se van produciendo deben ser constitutivos de toda profesión para el mejor cumplimiento de su finalidad social.

De modo que, independientemente de la eventual denominación con la cual se identifique a estos procesos, los mismos deben ser asumidos y propiciados como necesariamente permanentes para profundizar y cualificar el desempeño profesional.

Hace ya bastantes años, a comienzos de los 80, en el CELATS (Centro Latinoamericano de Trabajo Social) en Lima, circulaba un texto en forma de artículo (no recuerdo su autoría) que llevaba por título un vaticinio tajante y lapidario: “La Reconceptualización ha muerto”.

Por cierto, nada muere -definitivamente- por decreto. Las reveladoras contribuciones críticas de la Reconceptualización se diluyeron con los golpes cívico-militares y volvieron a tener vigencia con la recuperación de la democracia. Luego -aún en democracia- la arrasadora presencia del fundamentalismo neoliberal demandó al Trabajo Social nuevos análisis y concentró marcadas oposiciones de gran parte de la comunidad profesional. Más tarde, el advenimiento de proyectos políticos de carácter nacional-popular, o neodesarrollistas (aunque no anticapitalistas), con propuestas de crecimiento y desarrollo con inclusión, con recuperación de derechos sociales, coloca al Trabajo Social en una nueva encrucijada: poder interpretar agudamente la progresividad de estos procesos en la perspectiva futura de ensamblar profundamente la cuestión nacional con la cuestión social (en suma, la liberación nacional y social), o bien reiterar cegueras y reduccionismos al considerar a estos procesos “populistas” como contrarios y atentatorios de la emancipación definitiva de los pueblos.

Retoma vigencia aquello que enfatizaba y describía sesudamente Paulo Freire: “para poder mañana lo que hoy es imposible, tenemos que ir haciendo lo que hoy es posible”, y ello no significa claudicación o resignación, sino agudeza para comprender y enfrentar en concreto los desafíos coyunturales de la historia.

Para leer y comprender debidamente la coyuntura actual, los aportes y las debilidades de la “vieja” Reconceptualización nos siguen brindando un importantísimo insumo para caracterizar y para iluminar y orientar la práctica profesional del Trabajo Social. 

Sin los reveladores aportes que encarnó y desplegó el Movimiento de Reconceptualización, rescatando, fundamentando y poniendo en discusión la estratégica dimensión política que atraviesa a la profesión, no sería posible comprender la función que cumplió y que cumple actualmente el Trabajo Social.

Como sabemos, el Trabajo Social no puede explicarse solamente desde sí mismo. Las profesiones no pueden definirse sólo desde ellas mismas, sino por la función que cumplen en un orden social determinado. De ahí que resulta imprescindible identificar las particularidades y características que presentan los proyectos societales en los distintos momentos históricos y entender que la acción profesional requiere ser considerada en el contexto de los procesos económicos y políticos vigentes.

El avance del neoliberalismo, que implicó un retroceso sustancial en la reducción y pérdida de los derechos sociales históricamente conquistados, reorientó -por ejemplo- los objetivos profesionales de los sectores progresistas  del Trabajo Social hacia la defensa de los derechos conculcados, lo cual había afectado especialmente a los sectores más vulnerados de la sociedad.

Con los nuevos procesos (aunque incompletos), de crecimiento con inclusión, opuestos al neoliberalismo, que se vienen registrando en distintos países de América Latina, asumir una orientación progresista para el Trabajo Social requerirá posicionarse a favor de la preservación, pero también hacia la profundización y expansión de los derechos sociales que se vienen recuperando, a partir de una concepción política que intenta la concreción de una mayor justicia social.


El legado y las enseñanzas de la Reconceptualización permanecen absolutamente presentes, aún entre las diferencias y controversias de quienes reivindicamos aquel virtuoso Movimiento, para continuar reflexionando críticamente sobre el por qué, sobre el para qué y sobre el cómo de nuestra compleja profesión: el Trabajo Social. 

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