Josefa Ramírez
Presentación:
Celebrar los 50 años de los acontecimientos que dan sentido a gran parte de nuestro quehacer como trabajadoras y trabadores sociales nos remite en la actualidad, a referirnos a ese importante proceso de cambio, conocido como RECONCEPTUALIZACIÓN y que desde mediados de los años 60 hasta casi terminar la década de los 80, motivó al colectivo de Trabajo Social a sintonizar con la realidad nacional de cada uno de nuestros países.
La generación de los años 60 y 70 había sido impactada igualmente por los alcances de la Revolución Cubana, las tensiones de la Guerra Fría que iban inclinando la balanza hacia la hegemonía de Estados Unidos.
En América del Sur algunas expectativas populares respaldaron a nuevos gobiernos como el de Salvador Allende en Chile, sucediendo algo parecido en Brasil, Argentina y Perú, pero, terminarían prontamente convertidas en dictaduras. En los espacios académicos, uno de los procesos de mayor repercusión fue el de la Reconceptualización del Trabajo Social. Cuando en 1967 parte de nosotras logramos ingresar a las escuelas de Trabajo Social de la Pontificia Universidad Católica o de San Marcos, la Reconceptualización tenía ya dos años de auge, este proceso que se iniciara en Chile se expandió rápidamente por todo el sector profesional y estudiantil de Trabajadores Sociales de nuestras universidades. Así mismo, desde Brasil Teutonio Dos Santos y Paulo Freire aportaban con la Pedagogía del Oprimido.
Es importante señalar, el contexto político en el que se encontraba nuestro país, dado que en 1968 la junta militar presidida por el General Juan Velasco Alvarado había decretado la ley de reforma agraria N° 17716, que despertó gran expectativa en el campesino pobre del Perú: “Campesino el patrón ya no comerá más de tu pobreza”. Sin embargo, este gobierno militar generó mucha contradicción entre los diferentes sectores de la población, dado que las diversas reformas que plantearon no llegaron a plasmarse.
En esta coyuntura, mi experiencia como estudiante de Trabajo Social empieza. Me encontraba muy motivada por la Reconceptualización e incentivada por las actividades de voluntariado de la Federación de Estudiantes de la Pontificia Universidad Católica del Perú (FEPUCP). En ese año, nos encontrábamos muy sensibilizadas por las terribles consecuencias del terremoto de 1970 que afectó a casi todo el país, pero sobre todo a la Región Central.
Con el Instituto Universitario de Trabajo Popular de la FEPUCP organizamos brigadas de estudiantes voluntarios y voluntarias, que de diferentes facultades se animaron para colaborar con las comunidades campesinas de la Provincia de Cajatambo (Sierra Norte de Lima), subiendo por las quebradas y cerros derrumbados de un territorio muy cercano al epicentro del terremoto.
Para alguna de nosotras estos procesos nos ayudaron a descubrir que existía otro país dentro del Perú, el del campesinado o comunidades indígenas. El terremoto de 1970 nos mostró la miseria extrema en la que se encontraban los campesinos y campesinas de nuestras comunidades indígenas, consecuencia del maltrato del régimen de haciendas en el Perú.
Con la Reconceptualización y aportes innovadores como la investigación-acción y la Encuesta-participación, que en nuestras aulas se trataban con cierta timidez, pudimos lograr que la escuela de Trabajo Social de la PUCP accediera a que un grupo de estudiantes pudiera realizar su última práctica pre-profesional en Cajatambo. En estas comunidades, existía un equipo de Comunidad Cristiana comprometido con la Declaración de Medellín y posteriormente con la Teología de la Liberación, la cual nos ayudó a comprender mejor el rol de nuestra profesión. Así empezamos a conocer la historia del Perú de otra manera. No obstante, cuando llevamos esta experiencia de injusticia social sistematizada a las aulas universitarias, las académicas de trabajo social de esa época pretendieron reprobar nuestro trabajo.
En mi exposición, por lo tanto, compartida ahora con todas ustedes, intentaré hacer una breve conexión de lo que significó este primer paso con el proceso de reconceptualización de Trabajo Social, el mismo que me permitiría no perder de vista en cada una de mis vivencias o etapas de vida y trabajo, a las mujeres y hombres de las comunidades campesinas andinas e indígenas del
Perú.
Primera Etapa:
Investigación-Acción: para entender cómo la Reforma Agraria y esperada reestructuración de la tenencia y propiedad de la tierra en la comunidad de Lachaqui sería una nueva frustración para el campesinado.
Los años jóvenes de 1972 a 1978, me permitieron realizar un estudio bastante completo sobre las 22 comunidades de lo que fue el territorio Canta-Sur (Provincia del Departamento de Lima). La desigualdad notoria entre los llamados comuneros ricos medios y pobres o sin tierras. Las mejores tierras de pastos naturales así como las tierras de cultivo bajo riego, pastos o tierras de secano (de 10 a 40 hectáreas) estaban en pocas manos, mientras que aproximadamente menos del 50% de comuneros eran pequeños y medianos propietarios (de 1.5 a 3.5 hectáreas). Y un tercer grupo lo integraban los peones, los sin tierra.
Esta desigualdad se había pronunciado mucho más desde la época de la Independencia y también con la Guerra con Chile, desde que los gamonales o principales comandos de las tropas libertadoras, se apropiaron de las tierras de las comunidades indígenas.
Con el Sistema Republicano, los más pudientes y principales terratenientes se acomodaron con cada gobierno. La mayoría de comuneros y los llamados propietarios de pastos y tierras de cultivo vieron peligrar sus propiedades cuando empezó a difundirse el Estatuto de Comunidades, el que planteaba la
posible restructuración de la tierra en las comunidades. Esto no pasó de ser una falsa promesa porque sólo se hicieron asambleas y medición de tierras o crear cooperativas de ganado lanar.
Las esperanzas de las familias de comuneros medios y pobres terminaron en la nada. Los más pudientes quedaron con sus mismos terrenos y ganado. Los peones siguieron trabajando y migrando a las ciudades. La comunidad campesina fue descomponiéndose en su estructura interna, terminando la
mayor parte de ellas en Asociaciones de Pequeños propietarios.Algunas de las comunidades solamente conservan el nombre para continuar celebrando las fiestas patronales.
El análisis que nos queda de esta etapa se relacionaba con la necesidad contribuir al Trabajo Social:
Contribuir a la organización de las comunidades como una alternativa para dejar de depender del Estado, sino que se convirtiera en una clase trabajadora con Derechos.
Se hizo un estudio comprometido con la realidad. Una investigación que es útil para evidenciar la situación de las comunidades indígenas.
Se evidenció que una trabajadora social comprometida con la realidad y la población con la que trabaja, puede estar expuesta a muchos riesgos al igual que todas las personas que trabajan a favor de los Derechos Humanos.
Segunda Etapa:
Observando desde las tomas de tierra del Sur Andino, nuestro nuevo compromiso y enfoque de Educación Popular y la Organización Autónoma de la Mujer Campesina.
Entre 1979 a 1985 pude experimentar una nueva etapa en mi quehacer de trabajadora social en el Altiplano puneño y su numeroso campesinado
organizado en la Federación Departamental de la Campesinos de Puno (FDCP).
En esta región del país, la reforma agraria tampoco tuvo éxito y serían los mismos campesinos de Cusco, Puno y Apurimac los que tomarían la iniciativa de toma de tierras que estaban bajo el control administrativo de las llamadas empresas de propiedad social o sociedades agrícolas de interés social, con muy poco beneficio para la mayoría de comunidades ya que las tierras que les pertenecían desde tiempos inmemoriales, habiendo pasado de las manos de los corregidores españoles a los hacendados y de éstos a los administradores de la reforma agraria que crearon las citadas empresas. Se truncan igualmente las expectativas de la justicia campesina, por lo que desde los gremios nacionales hasta las organizaciones locales, se iba pensando en lo que podría significar "Por la tierra y el poder" (Allpa Rayku Poder Cama). Hasta mediados de la década de los 80 esta visión de la alianza obrero campesina sin la debida preparación de los liderazgos llevó al poder municipal a varios alcaldes provinciales y distritales. Sería un comienzo de anhelos de una izquierda unidad ilusionada con las elecciones parlamentarias.
Al interior de los proceso organizativos de uno de los gremios campesinos como la Confederación Campesina del Perú (CCP), nuestra preocupación se fue centrando en la situación social de la mujer campesina, logrando desarrollar la propuesta de formar liderazgos femeninos, a través de Comités de Mujeres, como fueron los comités de mujeres Aymaras 8 De Marzo del distrito de Platería y comités de mujeres quechuas de Coata, Huata y Capachica, con quienes se impulsó un Primer Encuentro de Mujeres de la Provincia de Puno, que en 1984, junto a otras mujeres de diferentes provincias del Departamento de Puno impulsaron la Federación Departamental de Mujeres Campesinas de Puno.
Este proceso educativo - organizativo de la mujer puneña fue propuesto para desarrollarlo a nivel nacional. Los recursos que pudieron haber dado inicio a un trabajo sostenido de capacitación, autonomía y liderazgos con las mujeres andinas quedó truncado por los afanes machistas y nula visión política de dirigentes que no supieron responder al llamado de igualdad, respeto y no discriminación contra las mujeres campesinas del país.
Aquí comprendí que desde el Trabajo Social era importante incidir en la equidad de género y la justicia social para las mujeres.
Evidencié que el machismo y el patriarcado también estaban enraizados en el interior de los movimientos sociales que denunciaban las injusticias y la discriminación, y que era preciso incidir desde el Trabajo Social a un cambio de mentalidades y prácticas para superar esta incoherencia y opresión.
Tercera etapa: En medio de la violencia política, la defensa de los derechos humanos y la Educación Permanente con las mujeres y jóvenes andinas y andinos de Huancabamba (Región Piura).
El año 1988 marca el inicio de esta tercera etapa, a través del Instituto del Movimiento Autónomo de Mujeres Campesina (IAMAMC) consolidando un proceso de crítica y autocrítica, que veníamos asumiendo desde nuestras diferentes experiencias.
Se trataba del llamado al compromiso con los principios y derechos fundamentales de personas y comunidades, que la Reconceptualización sembró en su momento. Igualmente, nos permitió la reflexión sobre la historia de la mujer andina en el Perú (6 fascículos de la “Presencia de la Mujer en la Historia del Perú”). Pudimos también, evaluar, corregir y plantear nuevas estrategias y metodologías para comunicar o diseñar planes de trabajo que incidan en el fortalecimiento de una organización, donde la autoestima y la autonomía serían las principales capacidades a ganar por las mujeres andinas desprovistas de lectura y escritura. Estos son los principales lineamientos de lo que entre el año 2005 y 2006 denominamos Programa de Educación Permanente para Mujeres y Jóvenes Andinas y Andinos (PEPMA), el que se desarrolló con la Asociacion de Mujeres de Huancabamba (AMHBA) y se convalidó con las Mujeres de la Organización Nacional de la Industria Azucarera (ONMA- Lambayeque).
En las comunidades campesinas e indígenas del Perú, el modelo de liderazgo es el de la autoridad machista que impone por la fuerza su mandato. Romper estos estilos machistas de convivencia familiar o comunal no ha sido ni será fácil de lograr. Los dirigentes comunales y maridos creían que nuestra presencia en la comunidad facilitaría el aprendizaje de las tareas domésticas de las mujeres, pero una organización donde ellas hablaran con igualdad y reclamaran su lugar no fue de su gusto. Y para las autoridades o funcionarios de los sectores públicos de los diferentes gobiernos, ver aparecer a la AMHBA (Asociación de Mujeres de la Provincia de Huancabamba) no significó más que evidente y principal obstáculo para los programas asistencialistas, así como los que en forma de políticas de Estado aguardaban su turno para imponerse, como por ejemplo, el Programa Nacional de Planificación Familiar, que se impuso a las mujeres andinas e indígenas durante la dictadura de Alberto Fujimori (1995-2001).
La constante resistencia a las diferentes formas que adoptan los equipos de gobierno a nivel del país, sus regiones y localidades, no ha quebrantado nuestro quehacer y opción por un Trabajo Social que se definió desde sus raíces a favor de los más necesitados. Y en los momentos que hubo que cuestionar y buscar el cambio y soporte para su pensar y actuar, teníamos como convicción que el trabajador social no abandonará a su suerte a quienes
le han permitido lograr la información, que se transformó en Diagnóstico, proyecto, programa o política social.
Las y los trabajadores sociales que se han comprometido con su país, han sabido percibir los hilos de esa valiosa resistencia, de la cual sus generaciones
o quienes continúen aprendiendo de ella deberán continuar. Esta tercera etapa nos vincula como trabajadoras sociales, al impacto que ha tenido la violación de los derechos humanos, derechos reproductivos y sexuales de las mujeres andinas, que fueron afectadas por la política de Estado de Esterilizaciones Forzadas en toda la la Región Andina y Amazónica del Perú. Frente a este delito de lesa humanidad la respuesta organizada de las mujeres del norte y sur andino se han unido para exigir al mismo estado peruano verdad, justicia y reparación.
Quiero terminar mi exposición con dos frases, una en la que nuestro colega uruguayo Herman Kruse -pionero en su país del proceso de reconceptualización del Trabajo Social- nos dice “…afortunadamente la reconceptualización no es un bloque monolítico de ideas y posiciones, sino todo lo contrario, es una olla hirviente en la cual bullen tendencias y corrientes no siempre factibles de conciliar entre sí” (Kruse Herman, “La Reconceptualización del Servicio Social en América Latina”, pág 2 – www.ts.ucr.ac.cr).
Y otra, que considero alentadora en estos años de ejercicio del Trabajo Social
“los proceso educativos de formación permanente desarrollados por las y los trabajadores sociales permiten salir al camino a quienes aún sin voz y sin ser visibles no pierden la esperanza de una vida con justicia, igualdad y libertad” (Ramírez Peña-Peña Josefa, Módulos PEPMA, 2006).
Atentamente,
Lic. Josefa Ramírez Peña Peña
Trabajadora Social
Lima, 30 de Enero de 2016.
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